Este acuerdo mediante el
cual se delimitó la frontera entre los territorios coloniales
oriental y occidental de la Isla de Santo Domingo, se firmó
entre España y Francia el 3 de junio de 1777 en Aranjuez (villa
de la provincia de Madrid), interviniendo a nombre del Rey de
España, José Moñino, Conde de Floridablanca y en representación
del Rey de Francia, el Marqués de Ossún.
El Tratado de Aranjuez aseguró a Francia su posesión en Santo
Domingo y le sirvió de apoyo para apoderarse más tarde de toda
la isla mediante el
Tratado de Basilea de 1795 que, aunque no se cumplió
cabalmente, puso a Francia jurídicamente como única dueña de la
isla.
Los artículos primero y segundo del Tratado de Aranjuez
establecían los siguientes límites:
"Procediendo al cumplimiento del referido Tratado, empieza la
línea de Demarcación de Límites en la Costa del Norte de esta
isla y boca del río Pedernales o Riviere des Anses a Pitre, en
cuyas orillas se han colocado las Pirámides que figura en el
plano con las inscripciones de France-España, gravadas en piedra,
y puestos los números extremos 1; 221: Todos los más se
manifiestan claramente en el Plano según su colocación. Se
presupone, y entiende por derecha o izquierda de la Línea de la
de los comisarios en su marcha, y en los ríos, y arroyos, la de
su corriente saliendo de su origen..." (Antonio Del Monte y
Tejada: "Historia de Santo Domingo", Tomo III. Tercera Edición,
Biblioteca Dominicana; Serie I, vol. III, Ciudad Trujillo,
República Dominicana, 1953, pág. 93).
Con la firma de este tratado concluyó la litis legal sobre los
límites fronterizos pero no terminaron los problemas de
coexistencia de dos colonias tan diferentes como la oriental y
la occidental.
Antecedentes
La ocupación de la parte occidental de la isla de Santo Domingo
fue un proceso lento de penetración alentado por Francia desde
finales del siglo XVII a través de bucaneros y filibusteros que
luchaban contra una España en decadencia que se vio obligada a
reconocer jurídicamente, mediante la firma del
Tratado de Ryswick, el
asentamiento de Francia en la parte Oeste de Santo Domingo, una
posesión que en verdad no le pertenecía a Francia.
La ascensión al trono español en 1701 de Felipe V, nieto del
monarca francés Luis XIV,
trajo como consecuencia que, al estar ligado al trono de Francia,
sirviera de forma indirecta a los intereses franceses en América.
La presencia de un monarca francés en el trono de España se
tradujo en Santo Domingo en una política de tolerancia hacia los
vecinos franceses que desde 1697 argumentaban que los
territorios les pertenecían legalmente ya que el
Tratado de Ryswick les
había garantizado el status de estas posesiones.
Los franceses tras la ocupación del territorio occidental de la
isla extendieron los límites a su antojo, provocando toda clase
de conflictos entre las autoridades de las dos colonias en Santo
Domingo, situación que se prolongó durante largo tiempo hasta
culminar en la imperiosa necesidad del establecimiento de
límites territoriales.

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Se conocen como Tratados de Basilea los
acuerdos de paz firmados en 1795 entre Francia y Prusia (5 de
abril) y entre Francia y España (22 de julio).
Por el primero, Prusia reconocía a la República francesa y le
cedía los territorios a la izquierda del Rin. El segundo ponía
fin a la guerra iniciada en 1793, a raíz de la ejecución de Luis
XVI. Francia devolvía los territorios perdidos por España en el
Norte de la Península, a cambio de la cesión de la parte
oriental de la isla de Santo Domingo.
España, representada por Domingo Iriarte y Francia, representada
por el ciudadano Barthelemy, firman el convenio en la ciudad
suiza el 22 de julio de 1795, finalizando la guerra entre sus
dos naciones. El Tratado decía:
"El Rey de España, por sí y sus sucesores, cede y abandona en
toda propiedad a la República Francesa toda la parte española de
la isla de Santo Domingo en las Antillas. Y agregaba: "un mes
después de saberse en aquella isla la ratificación del presente
Tratado, las tropas españolas estarán prontas a evacuar las
plazas, puertos y establecimientos que aquí ocupan, para
entregarlos a las tropas francesas cuando se presenten a tomar
posesión de ellas." Por último, se concedía que "los habitantes
de la parte española de Santo Domingo, que por sus intereses u
otros motivos prefieran transferirse con sus bienes a las
posesiones de S.M. Católica, podrán hacerlo en el espacio de un
año contando desde la fecha de este Tratado."
Las noticias sobre la firma del convenio llegaron a Santo
Domingo el 18 de octubre de 1795 y no es difícil imaginar la
reacción que provocaron entre unas gentes que llevaban más de un
siglo luchando contra la penetración y usurpación francesas en
su territorio y que se veían forzadas a acatar una decisión en
la cual no habían participado.
Antecedentes
La base de la colonia francesa en Santo Domingo era el azúcar y
con la multiplicación de los ingenios se hizo necesario traer
cada vez con más frecuencia negros del África puesto que la vida
promedio de un esclavo era de apenas siete años. Rápidamente la
población negra desplazó la mano de obra blanca, que no era
numerosa. Como no había muchas mujeres blancas, los dueños de
las plantaciones utilizaban a las esclavas más atractivas para
cumplir con sus necesidades. De estas uniones nacieron hijos y
fue generalizándose poco a poco la costumbre de dar la libertad
a estas concubinas y a sus hijos, los que, al pasar a ser
hombres libres adquirían sus derechos ciudadanos, de acuerdo al
artículo 59 del Código
Negro, entre los que se encontraba el de sucesión, siempre y
cuando fueran reconocidos por sus padres.
De esta manera se inició un proceso de mulatización. Al
principio los mulatos no eran muchos pero su número aumentó
rápidamente y los blancos comenzaron a resentir el poder social
y económico que adquirían. Este resentimiento dio origen a la
promulgación de una serie de leyes discriminatorias que
intentaban frenar su evolución y hacerlos sentir como ciudadanos
de categoría inferior.
Algunos de estos mulatos ricos emigraron a Francia, y varios
residentes en París, organizaron una sociedad llamada Sociedad
de los Amigos de los Negros para proteger sus derechos. Esta
sociedad fue bien vista por los grupos burgueses más liberales
en Francia. Cuando la burguesía condujo a los franceses hacia la
Revolución ya estaban los mulatos, encabezados por Vincent Ogé,
muy bien relacionados con importantes líderes revolucionarios e
intentaron obtener un decreto de la Asamblea Nacional francesa
que reconociera la plenitud de sus derechos ciudadanos. Hasta
llegaron a entregar alrededor de seis millones de libras
tornesas como ayuda al Gobierno para sanear la deuda pública.
Los franceses, sin embargo, no se mostraron muy dispuestos en
principio a conceder el reconocimiento solicitado por temor a
tener que aceptar más adelante la libertad de los esclavos
negros que podrían reclamar igualdad. Ellos pensaban que la
abolición de la esclavitud significaría la ruina de la Colonia
y, con ella, la ruina de la burguesía marítima francesa.
Así las cosas, los blancos de la Colonia aprovecharon para
iniciar un movimiento de represión contra los mulatos. Cuando
finalmente la Asamblea Nacional francesa dictó leyes que
reconocían derechos políticos a la gente de color,
acreditándoles los mismos derechos y privilegios que los
ciudadanos franceses para elegir representantes y sentarse en la
Asamblea Colonial, esto no fue bien recibido por los grandes
blancos quienes se opusieron a poner en vigencia estas
resoluciones. Como la Asamblea Colonial estaba dominada por los
blancos la situación no cambió para los mulatos.
Todos perseguían lo mismo: Los blancos buscaban su independencia,
los mulatos la igualdad con los blancos y eventualmente, también
su independencia, y los esclavos negros, que ganaban conciencia
de su condición y deseaban escapar de ella, se organizaban tras
su libertad. Finalmente el 14 de agosto de 1791 estalló la
revuelta en las plantaciones al norte de Santo Domingo, que se
prolongaría por diez años.
Por más extraño que parezca, esta revuelta reunió a los blancos
y a los mulatos, propietarios también de esclavos, para hacer
frente común a la situación que les arruinaría a todos por igual.
Apoyados por tropas francesas que intentaban impedir el fin de
la dominación, solicitaron también la ayuda de Inglaterra.
Los españoles vieron en esta revolución una oportunidad para
recuperar los territorios que habían venido perdiendo ante el
avance desconsiderado de los franceses hacia su territorio en el
Este, donde habían penetrado asentándose a su aire, de manera
que les ofrecieron su respaldo a los negros.
Sin embargo, debido a las profundas diferencias psicológicas y
de intención entre blancos y mulatos su alianza duró poco y así
se definieron los campos: Los blancos que buscaban el apoyo de
los ingleses; los mulatos auxiliados por el Gobierno francés que
finalmente, el 4 de marzo de 1792, les había reconocido la
igualdad con los blancos; y por último, los negros rebeldes que
vieron en los españoles a un aliado que les prometía la libertad
que Francia les negaba a cambio, únicamente, de que no
traspasaran sus fronteras.
Cuando los radicales jacobinos derrocaron al gobierno burgués
girondino en Francia, declararon inmediatamente la guerra a
Inglaterra, Holanda y España, que se oponían a la Revolución y
aprovechando esa coyuntura, los ingleses de Jamaica respondieron
al llamado de los blancos y comenzaron a enviar sus tropas a
Santo Domingo donde rápidamente ocuparon gran parte del Sur y de
las costas del Oeste de la isla.
Los españoles, apoyados por los negros sublevados establecieron
un cordón en la frontera y lograron la conquista de la mayor
parte del Norte de la colonia. Los franceses comenzaron a perder
terreno y de no haber sido por la inteligente decisión del
Comisionado francés Galbaud que el 29 de agosto de 1793 dictó un
decreto que abolía la esclavitud en la colonia, al tiempo que
llamaba a los negros para que los apoyaran, posiblemente
hubiesen perdido la guerra.
Los negros se dividieron. Algunos importantes cabecillas no
quisieron responder al comisionado de Francia y prefirieron
continuar al lado de los españoles pero
Toussaint Louverture,
que en principio y atendiendo a razones estratégicas había
colaborado con ellos, aceptó en mayo de 1794 el llamado y se
pasó al bando francés acompañado por unos 4,000 hombres. También
los mulatos se dividieron y algunos apoyaron al Gobierno francés
mientras los más ricos se unieron a los blancos y a los ingleses.
Como eran en su mayoría los negros quienes controlaban las zonas
conquistadas por los españoles, estos perdieron rápidamente las
posesiones ganadas en la colonia francesa. San Rafael, Las
Caobas, Hincha, Bánica y San Miguel de Atalaya cayeron en manos
de las tropas comandadas por
Toussaint Louverture
quien desde ese momento y junto al General Juan Esteban Laveaux,
Gobernador de la parte francesa se dedicó a expulsar a los
ingleses de la colonia.
Consecuencias
Al enterarse de la firma del tratado en Suiza muchos residentes
en la parte española resolvieron abandonar el país tan pronto
fuera posible, entre ellos el Arzobispo Fernando de Portillo y
Torres quien, no obstante, debió esperar tres años hasta lograr
sus deseos, pero, la mayoría prefirió quedarse. Los que
consideraron marcharse, especialmente los vecinos de La Vega, al
enterarse de que los que habían emigrado hacia Cuba pasaban
grandes penalidades, escribieron al Rey para que se les
concediera un plazo mayor de un año para salir de la isla,
mientras encontraban nuevos destinos (Puerto Rico, Venezuela). A
un año de la firma del convenio todavía estaban la mayoría de
los dominicanos dedicados a sus ocupaciones habituales,
acariciando la esperanza de que la cesión sería invalidada, esto
así, porque era conocido que el Gobierno español trataba de
recuperar la parte española de la isla, proponiendo al gobierno
francés a cambio el traspaso de la
Luisiana; lo que en ese
momento no fue aceptado por Francia que seguía planeando la
ocupación definitiva para convertir Santo Domingo unificada, en
un emporio y utilizarla como base de operaciones de un amplio
proyecto de expansión colonial.
El gobierno francés había enviado al Comisario Roume de Saint
Laurent con instrucciones específicas de "preparar amistosamente
y de antemano las cosas para que se efectúe la evacuación de las
plazas, puestos y establecimientos de aquella isla cuando
parezca conveniente y sea posible enviar allá con este objeto
las fuerzas francesas necesarias "y de valerse" de todos los
medios posibles de persuasión para desimpresionar a aquellos
ciudadanos de las falsas ideas que hayan podido imprimírseles a
la Revolución francesa y disipar en su espíritu cuantos recelos
se les haya inspirado acerca del libre ejercicio de su religión."
Roume debía trabajar rápido para evitar que los ingleses, que
ocupaban importantes territorios tanto en el Sur como en la
costa occidental, rompieran el cordón militar de las fronteras
con la intención de apoderarse de Santo Domingo antes que los
franceses. Los ingleses no reconocían la cesión, argumentando
que violaba las antiguas estipulaciones del
Tratado de Utrecht.
Siguiendo instrucciones del propulsor del Tratado de Basilea,
Manuel Godoy, conocido como el "Príncipe de la Paz", el
Gobernador Joaquín García y Moreno trabajó intensamente durante
el primer año después de la cesión para entregar a los franceses
la parte española, a la vez que defendía la frontera de un
ataque inglés mientras intentaba que los gobiernos de Cuba y
España facilitaran los medios para transportar a los emigrantes.
García se vio obligado, en obediencia a su mandato, a ceder a
los franceses la plaza de Bayajá, a lo que antes se había negado,
y se dispuso a entregar el resto de las partes de la colonia con
miras a concentrar las tropas españolas en Santo Domingo, desde
donde embarcarían una vez llegadas las tropas francesas.
En julio de 1796, cuando la entrega parecía inminente, el
General francés Donato Rochambeau, se negó a ejecutar la
incorporación de la parte española a la francesa con un ejército
compuesto por negros, únicas fuerzas disponibles a ese momento.
Esta situación pospuso la toma de posesión de la parte española
"hasta nueva orden".
Los ingleses en su avance ya habían ocupado Las Caobas, San Juan
y Neiba pero las perdieron a manos del haitiano
Toussaint Louverture.
Finalmente salieron de la isla en abril de 1798 tras firmar un
acuerdo secreto con Toussaint mediante el cual renunciaban a la
ocupación militar a cambio de ventajas comerciales.
Por fin, a finales de marzo de 1798 llegó a Santo Domingo,
comandada por el General Hedouville, la Comisión francesa que
recibiría la entrega de la parte española pero el General estaba
más interesado en enfrentar a Louverture que prácticamente
controlaba la situación. Hedouville no tuvo éxito en su
propósito y fue obligado por el general haitiano a abandonar la
isla bajo amenaza de muerte, en octubre de ese mismo año. El
Comisionado Roume pasó entonces a la parte francesa a ocupar el
lugar de Hedouville. Agravada la situación entre negros y
mulatos tras la salida de los ingleses y la sublevación de los
negros, todavía se pospuso por más de un año la entrega de la
parte española a Francia.
Desde principios de 1799 hasta abril de 1800 no existía en la
isla ningún representante autorizado para consumar la cesión.
Tanto Roume como el General Antonio Chanlatte, quien quedó a
cargo de Santo Domingo español, tenían órdenes de no entregar la
parte española a menos que fuese a tropas enviadas especialmente
desde Francia.
Desde que Roume llegó a la parte francesa Louverture solicitó
autorización para ocupar Santo Domingo oriental pero Roume se
negó varias veces a acceder a ello alegando que eso violentaba
sus ordenes, hasta que en abril de 1800 Louverture obligó al
Comisario Roume de Saint Laurent, último miembro de la Comisión
Civil que quedaba en la Colonia cedida a Francia en 1795, a
autorizar mediante decreto fechado 27 de abril, la entrega de
Santo Domingo al gobierno colonial francés comandado por él. El
decreto en cuestión fue enviado inmediatamente al Gobernador
Joaquín García y al General Antonio Chanlatte en Santo Domingo.
Tras una serie de incidentes, el 26 de enero de 1801
Toussaint Louverture
invadiendo la parte oriental de la isla, llegó a Santo Domingo
para recibir las llaves de la ciudad de manos del Gobernador
García y Moreno. Tras la consumación del hecho, Louverture
procedió a la unificación de la isla bajo su gobierno. Para
institucionalizar el poder reunió una asamblea general y dictó
la primera constitución política vigente en ambas colonias.
Luego regresó a Haití, dejando el poder en manos de Paul
Louverture.
Algo más tarde, Napoleón, que tenía sin embargo otras ideas,
lanzó una flota con más de 80 navíos y alrededor de 58,000
hombres para recuperar la colonia de Santo Domingo de manos de
los negros. Esta flota arribó a la isla el 29 de enero de 1802.
La mitad de los barcos llegó a Samaná, y la otra mitad alcanzó
Cap François el día 3 de febrero. Las tropas fueron divididas
para atacar a las fuerzas de Louverture desde diferentes puntos:
Santo Domingo, Monte Cristy, Samaná, Puerto Príncipe, y. la más
importante. contra El Cabo, esta última comandada por el cuñado
de Napoleón, el General Charles Leclerc, jefe de la expedición
militar.
El 25 de febrero de 1802, el gobierno de Paul Louverture entregó
la plaza al general francés F. M. Kerverseau, tirando al suelo
la dominación de los antiguos esclavos negros en la parte
occidental. La otrora parte española continuó como colonia
francesa hasta la "Guerra de la Reconquista" en 1809.
 |
|
Las campañas de guerra de independencia habían
dejado lastimada la economía dominicana, produciendo graves
crisis políticas en el país porque algunos líderes, políticos y
militares, buscaron el apoyo de España, Francia, Inglaterra y
los Estados Unidos de Norteamérica para que auxiliaran contra
las agresiones haitianas.
El precio que se pagó por esas ayudas fue el otorgamiento de
derecho a la intervención en la política nacional, de los
representantes de esas naciones, trayendo como consecuencia
luchas continuas entre tales países, por el control de la
política dominicana.
Inglaterra, Francia y E.U.A. fueron los más activos. Francia y
Estados Unidos estaban interesados en adueñarse de la Península
y la Bahía de Samaná y luchaban entre sí para evitar que una de
las dos lo hiciera primero.
Inglaterra, por su parte, siendo el país que más comercio
realizaba con la República, no tenía interés alguno en Samaná y,
por el contrario, deseaba que la nación se viera libre e
independiente de toda ingerencia extranjera para continuar
disfrutando de las oportunidades comerciales.
Así las cosas, el día 10 de septiembre de 1850, durante el
gobierno de Buenaventura Báez Méndez (24.Sep.1849-15.Feb.1853)
fue aprobado este tratado, debido al interés de Inglaterra en
fortalecer el comercio con la República Dominicana, así como
fomentar la paz y el reforzamiento de la soberanía en la nación,
en un intento calculado de disminuir en el país la influencia de
España, Francia y los Estados Unidos de Norteamérica.

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Durante la presidencia del General Pedro
Santana para el período 15.Feb.1853-26.May.1856, se intentó en
varias ocasiones obtener de España el reconocimiento de la
Independencia de la República Dominicana y la protección
política y militar para la defensa del país contra las
frecuentes agresiones haitianas.
España comunicó a través de su Ministro de Estado que su
Gobierno no estaba interesado en intervenir en los asuntos
dominicanos, sin embargo, cuando en 1855 llegaron a Madrid las
noticias de que Franklin Pierce, Presidente de los E.U.A. había
enviado a República Dominicana al General William Cazneau para
que negociara el arrendamiento de algunos territorios en la
Península de Samaná, donde pretendían establecer una estación
naval de la Marina de los Estados Unidos, España vio amenazada
su hegemonía marítima en las Antillas y convino en firmar este
acuerdo con el agente dominicano en Madrid, Rafael María Baralt,
el día 18 de febrero de 1855.
Este Tratado de Reconocimiento, paz, amistad y comercio, en el
que España no se había mostrado interesada hasta entonces, fue
aprobado por el Senado de la República el 30 de abril de ese
mismo año.

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Durante la campaña por la presidencia de los
Estados Unidos de Norteamérica en 1920, el aspirante Warren G.
Harding, atacó la política intervencionista en el Caribe del
Presidente Woodrow Wilson y comunicó que, en caso de resultar
victorioso, retiraría las tropas de su país en donde quiera que
estuviesen en violación de los derechos de los latinoamericanos.
Al resultar triunfante en noviembre de ese mismo año, ya se
respiraba una atmósfera favorable para terminar la intervención
en República Dominicana, que era apoyada por la presión de los
demás países en esta área del mundo, que exigían una
desocupación del territorio dominicano lo antes posible.
El día 24 de diciembre de 1920 el Presidente Wilson ordenó a
Thomas Snowden que integrara una Comisión para realizar las
reformas constitucionales y legales necesarias con tal propósito
y ordenó al Gobernador Militar flexibilizar las medidas que
restringían la libertad de prensa y reunión, permitiendo que los
dominicanos se agruparan libremente en campaña pro la
desocupación.
La agrupación patriótica Unión Nacional Dominicana, creada en
marzo de 1920 y presidida por el notable intelectual Emiliano
Tejera, arreció su campaña en favor de la evacuación "pura y
simple", pero los norteamericanos se negaron a ello pretendiendo
que los dominicanos aceptaran como buenos y válidos los actos
del Gobierno Militar que había promulgado una serie de leyes y
realizado un número de transacciones que envolvían derechos de
terceros que querían proteger. Algunos meses después de que
Harding tomara posesión de la presidencia, nombró como
Gobernador Militar a Samuel S. Robinson, encargado de facilitar
los trabajos de la desocupación.
Tras su llegada al país en junio de 1921, Robinson hizo publicar
una proclama preparada en Washington en la cual se anunciaba un
plan de evacuación escalonado que envolvía la celebración de
elecciones generales supervisadas por el Gobierno Militar para
elegir un Presidente de la República como cabeza de un Gobierno
Constitucional dominicano. Según la proclama, el Gobierno
Dominicano reconocería todos los actos del Gobierno Militar y
mantendría oficiales norteamericanos a cargo de la Policía
Nacional.
Semejante pretensión fue rechazada en forma unánime por la
población, altamente motivada por los mítines y reuniones
públicas organizadas por la Unión Nacional Dominicana,
entendiendo que los norteamericanos intentaban la formación de
un gobierno títere, dependiente del suyo.
Así las cosas, el Gobierno estadounidense dejó saber a los
dominicanos que hasta tanto no estuviesen dispuestos a aceptar
el plan del Presidente Harding las elecciones quedaban
suspendidas.
Con el fracaso del Plan Harding, el Secretario de Estado
norteamericano Charles Evans Hughes, ante la presión a la que
estaba sometido en su país y la fuerza creciente de los
nacionalistas en República Dominicana, se vio precisado a buscar
una nueva fórmula para facilitar la desocupación que le
interesaba al Presidente de su país.
La oportunidad se presentó cuando el reconocido abogado
dominicano Francisco J. Peynado (Pancho), en representación de
los partidos más influyentes del país, viajó a Washington en
mayo de 1922 tras un entendimiento con el Secretario de Estado
de los norteamericanos y otros altos funcionarios, que fuese
aceptable para ambas naciones.
Peynado propuso la modificación del Plan de Evacuación propuesto
por Robinson en 1921 y, después de algunas reuniones, llegaron a
un acuerdo que debía ser sometido a la aprobación de los líderes
dominicanos.
Este acuerdo llamado Plan Hughes-Peynado, implicaba la
instalación de un gobierno provisional paralelo al gobierno
militar, que se encargaría de conducir al país a unas elecciones
de donde surgieran las autoridades que habrían de regir los
destinos nacionales substituyendo el gobierno de ocupación.
El Gobierno Civil administraría la Cosa Pública y el Militar se
encargaría del control de las Fuerzas Armadas y del orden
público. El acuerdo Hughes-Peynado quedó concertado el 30 de
junio de 1922 y el 23 de septiembre de ese mismo año fue firmado
por
Horacio Vásquez, Federico Velásquez y Elias Brache, hijo,
representantes de los partidos horacista, velazquista y
jimenista, acompañados por Francisco J. Peynado y Monseñor
Adolfo Nouel en representación de los dominicanos. Por el
gobierno norteamericano firmaron el Secretario de Estado Charles
Evans Hughes y el diplomático Summer Welles, enviado
extraordinario y ministro plenipotenciario, comisionado para
trabajar junto con los firmantes en la ejecución del Plan.
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Por más de un siglo los haitianos habían estado
penetrando el país y asentándose pacíficamente en tierras
dominicanas que habían sido descuidadas desde los tiempos de la
Primera República (1844-1861) y por más esfuerzos que se
hicieron para llegar a un acuerdo con Haití en relación con la
frontera en el siglo XIX, debido a las imperfecciones del
Tratado de Paz, Amistad y Comercio firmado en 1874, a las
que se agregaron los derechos que les otorgara el Presidente
Ulises Heureaux (Lilís) a los haitianos sobre tierras
reclamadas hasta entonces por los dominicanos, no había sido
posible aclarar de manera definitiva el asunto de los límites
fronterizos.
A principios del siglo XX y durante muchos años, se intentó
resolver la cuestión pero no fue sino hasta 1929, durante el
gobierno de
Horacio Vásquez (12.Jul.1924-28.Feb.1930), cuando se logró
firmar un Tratado sobre la Fijación de Límites.
Sin embargo, a pesar del acuerdo, muchos haitianos permanecieron
en la República Dominicana trabajando como obreros en los
ingenios azucareros, como agricultores o como servidores
domésticos, especialmente en el Sur y la Línea Noroeste cerca de
la frontera.
El territorio ocupado por los haitianos vino a ser una especie
de extensión de Haití, circulando libremente la moneda haitiana
hasta Mao, aceptándose además en Santiago y prácticamente en
toda la región del Cibao. En el Sur, la moneda llegó a circular
hasta Azua.

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En reciprocidad a la visita que hiciese el
Presidente
Rafael Leonidas Trujillo Molina a Haití en 1934, llega a
Santo Domingo el 26 de febrero de 1935 el Presiente haitiano
Sténio Vincent y al día siguiente firman un acuerdo que pone fin
al antiguo conflicto fronterizo. Es concertado un Protocolo
adicional, firmado en 1936 en Puerto Príncipe, para revisar los
límites que habían sido estipulados en 1929. Se acuerda la
construcción de la Carretera Internacional, 47 kilómetros entre
el Paso de Tirolí, en el río Libón, y el Paso de los Cacaos, en
el río Artibonito, cuyo costo de $450,000.00 debía ser cubierto
por ambos estados en partes iguales.
Según Vincent, con este acuerdo quedaba totalmente saneada la
agotadora cuestión de la frontera que había sido precedida por
53 años de negociaciones fallidas. Para lograrlo, se renuncia a
tierras dominicanas como el sector de La Miel, ocupado por
haitianos. La Comisión Delimitadora comienza los trabajos de
demarcación, que se realizan sin tropiezos.
La frontera queda marcada con 311 pirámides de hormigón a lo
largo de 386 kilómetros, pero no se produce el anhelado ajuste
fronterizo porque los haitianos continúan violando la línea
divisoria.
En Octubre de 1937
Trujillo desata la persecución y matanza de los haitianos
ilegales en territorio dominicano, asesinando un número no
claramente establecido pero que oscila entre 12 y 18,000
individuos, algunos se inclinan por la cifra de 15,000.
Trujillo emprende más tarde la "dominicanización" de la
frontera con el intento de acabar con la influencia haitiana,
desterrar el lenguaje, la moneda y los primitivos ritos de vudú.
Se construyen escuelas, iglesias, hospitales, carreteras,
canales de riego y parques. La frontera es repoblada con
dominicanos a los que entregan tierras en diversas colonias
agrícolas. Así comienzan a revivir poblados apartados.
Son creadas nuevas provincias y se levantan pueblos a lo largo
de la línea divisoria, salvaguardándolos con instalaciones
militares, encargadas de impedir la penetración haitiana que, no
obstante, ha seguido produciéndose a través de los años hasta
nuestros días, en cantidades muy difíciles de determinar.

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Este convenio firmado el 21 de noviembre de
1939 dispuso el cierre de la frontera tanto a dominicanos como a
haitianos que no poseyeran una carta de identificación, un
permiso de admisión y un certificado policial.
Quedó establecido que un nacional de cualquiera de los dos
Estados que penetrara en el otro de manera irregular y lograra
escaparse antes o después de haber sido apresado por la policía,
no podía ser provisto de documentación por las autoridades del
país al que pertenecía.
Igualmente disponía que el Estado que repatriara a un individuo,
estaba comprometido a garantizar la protección de los bienes y
la integridad del deportado hasta el lugar de su salida.

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Es el acuerdo concertado el 24 de septiembre de
1940 (ratificado el 15 de febrero de 1941), entre la República
Dominicana, representada por
Rafael Leonidas Trujillo
Molina y los Estados Unidos de Norteamérica, representados
por Cordell Hull, Secretario de Estado de dicho país.
El acuerdo, conocido como
Tratado Trujillo-Hull establecía que a partir de ese momento
las Aduanas, enajenadas desde 1905 como consecuencia de las
deudas contraídas desde los tiempos del General
Ulises Heureaux (Lilis),
dejaban de funcionar bajo control del gobierno estadounidense, y
sus oficinas y dependencias pasaban a formar parte de la
Administración Pública de la República Dominicana.
El significado histórico del
Tratado Trujillo-Hull es que dio firmes pasos hacia el
saneamiento de la deuda externa dominicana. A la llegada de
Trujillo al poder en el año de 1930 encontró una severa crisis
económica. La deuda externa ascendía en ese momento a 16,000,000
de dólares y la situación se agravaba, en parte, por las
obligaciones contraídas por la República mediante la Nueva
Convención Dominico-americana de 1924 que modificaba ligeramente
un convenio anterior pero mantenía el impedimento para la
suscripción de nuevos empréstitos y para el aumento de los
aranceles aduaneros sin la aprobación del gobierno
norteamericano.
El convenio existente (Tratado
Financiero entre República Dominicana y E.U.A. del 1905)
obligaba al Gobierno Dominicano a destinar el 55% de las
entradas de Aduanas al pago de la deuda externa. Esta situación
impedía al gobierno dominicano la entrada de recursos
suficientes para sufragar sus gastos y necesidades.
En 1931 Trujillo inició
una serie de negociaciones con el Gobierno de los Estados Unidos
de América para que República Dominicana recuperara el derecho
de administrar sus Aduanas. Varios años de intentos y
discusiones culminaron en 1940 con la firma del
Tratado Trujillo-Hull y a
partir de entonces la administración de las Aduanas quedó en
manos dominicanas.
La deuda externa continuó amortizándose mediante mecanismos
establecidos por el Tratado en cuestión y en julio de 1947 su
balance era tan sólo de $9,401,855.55, suma que fue totalmente
pagada a los tenedores de los bonos adeudados, el 21 de julio de
ese mismo año.
Trujillo se sintió muy
orgulloso de haber saneado la economía y fue ensalzado a lo
largo de todo su gobierno como restaurador de la independencia
financiera del país.
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